No sé si soy todavía víctima de un trauma infantil, pero estoy muy sensible a las temáticas que se refieren a los niños y a la escuela.
“Normalmente” un niño que no quiere ir a la escuela lo consideramos un problema: es un niño a corregir… hasta a veces lo llevamos al psicólogo para entender porqué no le gusta la escuela y tratar de convencerlo de volverse “normal”. Y de nada sirve la consideración de que a ningún niño le gusta ir a la escuela (aparte unos casos afortunados de escuelas evolucionadas)… a nadie le viene la duda de que si a ningún niño le gusta ir a la escuela, puede ser que los niños esten equivocados, pero a lo mejor es algo de la escuela que tendría que ser cambiado.
¡Vamos! ¿A quién le gustaría estar atrapado por 5 o 6 horas en los pupitres de un salón? ¿Cómo puedes pretender que un niño acepte sin protestar la tortura de ser amarrado en esta especie de instrumento de tortura que es el pupitre, teniendo que reprimir la energía volcánica que pulsa irresistiblemente dentro su cuerpo? ¿Cómo se puede pretender que un niño inteligente acepte sin protestar poner atención por tantas horas para aprender cosas que podría aprender en un quinto del tiempo?… de hecho, cuando tu pides a un niño estar atento a una explicación de algo que el ya entendió, lo estas forzando a disminuir su inteligencia… y de hecho es lo que todos hicimos cuando fuimos a la escuela: calibramos nuestra inteligencia a un nivel más bajo para adaptarla al sistema y al programa escolar. Todos entramos en la escuela más inteligentes de lo que salimos. Salimos con más información, pero con menos brillantez, con menos dignidad.
Por lo tanto un niño que no quiere ir a la escuela es totalmente sano, desde mi punto de vista. Una persona sana se defiende de las situaciones que provocan dolor y daño. Al contrario, un niño a quien le gusta ir a la escuela tendría que preocupar, por la posibilidad que presente una tendencia masoquista.
Sé que afortunadamente hay escuelas evolucionadas como la santa Montessori, las escuelas que se inspiran a Rudolf Staine, o iniciativas aisladas como la apreciablisima de mi amiga Carla Gonzales en Los Cabos, y otras más… o la heroica obra de unos maestros aislados que a pesar de una estructura escolar primitiva se esfuerzan de crear una atmósfera que se acerque lo más posible a la inteligencia, al respeto… a la humanidad. Pero, aparte estos casos, a los niños no les gusta ir a la escuela, y tienen toda la razón. Después los niños se adaptan a todo, pero cuidado: cuando aprendes las cosas a través del dolor, la reclusión y la prepotencia, empiezas a desarrollar una frustración y una violencia que después da los resultados que no nos gustan de nuestra sociedad.
¡Vivan los niños rebeldes!
Por Prem Dayal