Estudios recientes de prestigiados organismos internacionales demuestran que existe una correlación directa entre el crecimiento económico y la capacidad que tiene los países para producir conocimiento, lo que se traduce en desarrollo tecnológico, más y mejores científicos e ingenieros, mayor inversión en el desarrollo de investigaciones, aumento de patentes registradas, aparición y fortalecimiento de publicaciones científicas, y, en síntesis, en la capacidad de resolver problemas mediante la innovación.
No es secreto que en nuestro país sufrimos una disminución en nuestra capacidad de producir conocimiento, y ésta no se debe necesariamente a nuestra falta de potencial intelectual, si no a que hemos sucumbido ante la “fuga de cerebros”. Instituciones y gobiernos extranjeros han sido capaces de ofrecer condiciones mucho más propicias para el desarrollo profesional y personal de nuestros talentos. En el marco de la globalidad, el factor nacionalismo no cabe en el conocimiento.
La necesidad de revertir esa situación nos obliga a destinar mayores recursos al área de ciencia y tecnología, ya que el 30% de las líneas de acción del Plan Nacional de Desarrollo se sustentan en el respaldo a la investigación científica. La meta para el año 2018, es destinar el 1% del Producto Interno Bruto a los rubros de ciencia, tecnología e innovación.
El Presidente Enrique Peña Nieto declaró que “el indicador de gasto en investigación científica y desarrollo experimental ha pasado de 0.43% con respecto al PIB en 2012 a un 0.54% en 2014, y esperamos que en 2015 éste alcance y pueda ser superior a 0.56%, en la meta que nos hemos fijado en esta administración de poder llegar a una inversión pública y privada del 1% con respecto al Producto Interno Bruto”.
Sin embargo, el reto no puede ser exclusivamente del sector público. Lo que el país requiere es modificar su estrategia a través de incentivos de todo tipo para que al sector privado incremente de manera sustancial su participación. En la gran mayoría de los países desarrollados, la industria del conocimiento carga sobre sus hombros la responsabilidad de la inversión en ciencia y tecnología, lo que no sucede en nuestro país. Como ha sido común en nuestra historia, lo urgente siempre se prioriza sobre lo importante, y si dentro de esa ecuación agregamos la cruda realidad de nuestra situación, con los inminentes recortes en puerta, pensar en lograr la meta del 1%, parece mucho más una utopía.
Hoy en día, si una empresa requiere desarrollar alguna solución específica, decide recurrir a convenios con instituciones como la UNAM o el IPN, a efecto de encontrar soluciones específicas, pero no invierte en el desarrollo de infraestructura por su cuenta. Basta un dato para ejemplificar lo que sucede: a diferencia de México, en Estados Unidos, el gasto de desarrollo tecnológico e innovación equivale a 2.7% del PIB, pero solo el 0.71% corresponde a la inversión pública, por lo que la solución no necesariamente es destinar más recursos, si no tener más imaginación.
Por Pablo Trejo Pérez para capitalmexico.com.mx