Por: Psic. Roberto Ayala Maldonado.
Si le preguntasen para qué sirve la educación, ¿cuál sería la respuesta que daría usted en forma personal?
Probablemente podría responder que la educación “sirve” para preparar a los profesionistas del mañana, formarlos para que sean trabajadores útiles a la sociedad, o bien, formarlos para que sean competitivos y eficaces en el ámbito laboral donde se vayan a desempeñar en cuanto cumplan su ciclo formativo básico, medio superior y superior. Este enfoque reduccionista y utilitarista de concebir a la educación como formadora de empleados, no podría estar más lejano del fin último y primordial de la labor de educar.
La tarea de educar es, ante todo, una labor netamente humana que se inicia desde el hogar o núcleo familiar básico, y que a su vez recoge la sociedad como función colectiva para seguir formando individuos en instituciones académicas destinadas para ese fin.
Sin embargo el ser humano, como ser pensante y actuante requiere, para sobrevivir, adquirir los conocimientos que necesita asimilar sobre la realidad, su entorno, su persona y la de quienes le rodean, con el fin de desarrollar habilidades, capacidades y aptitudes para enfrentar las situaciones que la vida le plantea, entre ellas: obtener un trabajo en el que se realice y se desenvuelva.
Más no olvidemos que el conocimiento también puede adquirirse por placer, por el mero gusto del saber; además de adquirirse para generar más conocimiento. Esto último ha sido la clave para el desarrollo de las ciencias modernas: el poder producir nuevo conocimiento para desarrollar descubrimientos y nuevos adelantos en todos los ámbitos del quehacer social y humano.
No obstante la pregunta sigue en el aire: ¿para qué sirve la educación?, acaso su función únicamente sea la de formar la mano de obra calificada que requiere una sociedad; o más bien será que desde siempre se requiere una educación que sea un arte, “el arte de formar personas a través de otras personas”, con lo cual la educación cobra un sentido mucho más relevante, ya que se adquiere un enfoque humanista por excelencia de la labor educativa: una formación de personas llevada a cabo por otras personas; las cuales transmitan los conocimientos relevantes para saber vivir, mediante las bases para la estructuración del pensamiento, el uso del lenguaje, la resolución de problemas, la creación de ideas, el desarrollo de la imaginación, la obtención de herramientas racionales, la generación de artes, además, por supuesto, de la adquisición de oficios y profesiones, entre otras capacidades y competencias valiosas para abrirse paso en la vida.
De este modo podemos identificar también un enfoque social de la educación: formar personas que sean ciudadanos de calidad. Entendiendo por calidad el conjunto de “cualidades” de un ser, que de manera individual y colectivamente sepa vivir en sociedad. Por lo tanto, la sociedad es responsable de formar a sus ciudadanos, a partir de cultivarles las cualidades que le hagan generar una mejor sociedad, un ser con valor social.
Por lo cual la educación trascendente requiere responder a las necesidades de la sociedad, moldeando personas y ciudadanos benéficos para su existencia como país o nación. Reconociéndose ante ello que como país tenemos diversos retos de sustentabilidad; por lo que, el tipo de ciudadano que se requiere formar desde la infancia, es un individuo inteligente, hábil, íntegro y ético, a quien se le deben brindar las herramientas necesarias para que sea productivo: capaz de innovar, llegar a generar cambios para el mejoramiento del bienestar de vida, capaz de aportarle a la economía de toda la sociedad, generando bienes o servicios provechosos para todos.
Este es el reto educativo vigente: formar ciudadanos íntegros, productivos y responsables; con conciencia del cuidado al medio ambiente, comprometidos con el cuidado que se debe dar al entorno y al consumo responsable de los recursos naturales que utiliza en su productividad; además de hacerse consciente del impacto de sus acciones en la comunidad; sensibilizándose para lograr aportar trascendentemente a los demás, superando el sentido individualista, sin fomentar la desigualdad ni la inequidad, superando pobrezas y carencias; formando con todo ello ciudadanos que tengan cualidades de líderes positivos y benéficos para contribuir a su país, que busquen formarse y prepararse continuamente en una educación permanente, incluso a través del aprovechamiento de las nuevas tecnologías.
Al final de cuentas, la educación será entonces el camino fundamental para sacar adelante un país, consolidando sus bases ciudadanas para construir día con día la “torre nacional” que apunte a las alturas, como un faro para brillar entre los pueblos y los continentes del orbe.