La evaluación del proceso enseñanza-aprendizaje tiene un potencial único para mejorar la calidad educativa. Otorgándole la importancia que merece, puede convertirse en el eje de todo el proceso educativo, pues a partir de la evaluación se toman decisiones oportunas sobre qué, cómo y cuándo se enseña y se aprende.
Un proceso de evaluación adecuado involucra y beneficia a los diferentes actores que intervienen en el quehacer educativo; al docente, le proporciona información valiosa para conocer el desempeño de sus alumnos, identificar sus avances, logros y tropiezos para apoyarlos de manera más eficiente; le permite adecuar su enseñanza de manera oportuna y obtener mejores aprendizajes; al alumno; le permite saber qué sabe y qué le falta por aprender, reconocer sus fortalezas y trabajar en sus debilidades, asumiendo la responsabilidad de su aprendizaje; a los padres de familia, les permite observar los avances y logros de sus hijos y brindar mejores apoyos; a la institución, le brinda elementos para conocer logros en la implementación del currículo y tomar decisiones oportunas de formación y capacitación, promoción del trabajo colaborativo y gestión en general que redunde en el logro de los objetivos educativos.
La evaluación en el aula ha sido definida a través del tiempo desde distintas perspectivas. Los orígenes de la teorías y práctica de la evaluación de aprendizajes se remontan a los primeros desarrollos de la medición psicológica de los rasgos individuales a principios del siglo XX, mismos que mostraron la posibilidad de medir de manera objetiva las características de las personas, lo cual muy pronto inspiró ideas sobre su diagnostico y medición en el contexto educativo, en específico del aprendizaje de los alumnos (INEE, 2011).
En la actualidad, evaluar es determinar el mérito o valor de alguna cosa; es emitir un juicio. La evaluación es producto de un proceso cognitivo, de ahí que podamos afirmar que es una actividad propia del ser humano; es uno de los procesos psicológicos superiores más importantes, se inicia en la infancia, extendiéndose hasta la adolescencia y la vida adulta casi al mismo tiempo que el pensamiento lógico.
Todos los seres humanos desarrollamos paulatinamente la facultad de evaluar, de emitir juicios, de valorar y comparar para tomar decisiones. Evaluamos lo que realizamos cotidianamente aún sin darnos cuenta, de esta manera, tomamos decisiones trascendentes o triviales.
¿Qué decisiones has tomado el día de hoy?
¿Qué tuviste que valorar?
(Continuará…)
Por: Mtra. Georgina Puebla Cardona